martes, 8 de marzo de 2011

Cinismo


Diógenes fue uno de los más destacados filósofos de la escuela cínica. Los cínicos tomaron como modelos a la naturaleza y los animales, los adoptaron como ejemplos de autosuficiencia y basándose en ello propusieron un modelo de comportamiento ético que consideraban fundamental para alcanzar la felicidad, aunque esto solo era posible mediante una rigurosa disciplina física y mental.  El cinismo es una forma de vivir, pero también de pensar y de expresarse, y como no se han conservado las obras de los primeros cínicos, hoy son conocidos en gran parte por dichos y anécdotas, que fueron transmitidos en forma de colecciones, la más usada es la de Diógenes Laercio, referencia fundamental para el estudio no sólo de los cínicos, sino de gran parte de la filosofía anterior a su autor. Utilizaron recursos literarios diversos donde no faltan la parodia, la sátira, la anécdota o la burla, pero siempre de forma escandalosa y provocadora. Cuando Diógenes llegó a Atenas, quiso ser discípulo de Antístenes, pero fue rechazado, ya que éste no admitía discípulos. Ante su insistencia, Antístenes le amenazó con su bastón, pero Diógenes le dijo: “no hay un bastón lo bastante duro para que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir”. Cuando fue puesto a la venta como esclavo, le preguntaron qué era lo que sabía hacer, contestó: “mandar, comprueba si alguien quiere comprar un amo”. Cuando le invitaron a la lujosa mansión le advirtieron de no escupir en el suelo, acto seguido le escupió al dueño, diciendo que no había encontrado otro sitio más sucio. Se decía que Diógenes iba por la calle en pleno día, con la lámpara encendida, diciendo "Busco un hombre". Y así se refaría a que en realidad ninguno nos comportamos enteramente como seres humanos. En otra ocasión le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres y no a los filósofos, a lo que respondió: porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca a ser filósofos.  Diógenes, el filósofo griego se encontró con Alejandro Magno cuando este se dirigía a la India. Era una mañana de invierno, soplaba el viento y Diógenes descansaba a la orilla del río, sobre la arena, tomando el sol desnudo... Era un hombre hermoso. Alejandro no podría creer la belleza y gracia del hombre que veía. Estaba maravillado y dijo:

“Señor...” - jamás había llamado “señor” a nadie en su vida- “...señor, me ha impresionado inmensamente. Me gustaría hacer algo por usted. ¿Hay algo que pueda hacer?”

Diógenes dijo: “Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol, esto es todo. No necesito nada más.”

Alejandro contestó: “Si tengo una nueva oportunidad de regresar a la tierra, le pediré a Dios que no me convierta en Alejandro de nuevo, sino que me convierta en Diógenes”.

Diógenes rió y dijo: “¿Quién te impide serlo ahora? ¿Adónde vas? Durante meses he visto pasar ejércitos ¿Adónde van, para qué?”.

Dijo Alejandro: “Voy a la India a conquistar el mundo entero”.

“¿Y después qué vas a hacer?”, preguntó Diógenes.

Alejandro dijo: “Después voy a descansar”.

Diógenes se rió de nuevo y dijo: “Estás loco. Yo estoy descansando ahora. No he conquistado el mundo y no veo que necesidad hay de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿Por qué no lo haces ahora? Y te digo: Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino, en medio del viaje”. Alejandro se lo agradeció y le dijo que lo recordaría, pero que ahora no podía detenerse. Alejandro cumplió su destino de conquistador, pero no le dio tiempo a descansar antes de morir.

lunes, 7 de marzo de 2011

Kant - Imperativo Moral

Kant centró sus estudios en una doctrina de la Moral, en buscar el núcleo esencial de la moral humana, la moral humana esta relacionada con la actividad, con todo aquello que realizamos los humanos pero claro nosotros no somos dueños de todas las causas y consecuencias de esa actividad, porque nosotros reaccionamos según nuestros gustos y caprichos, pocas veces reaccionamos por razones de necesidad, por este hecho es por lo que no podemos controlar las consecuencias de todo aquello a lo que estamos sometidos. Kant piensa que lo verdaderamente moral de cada uno de nosotros es la buena voluntad, que es lo que a nosotros no debemos de renunciar, porque teniendo una buena voluntad nadie nos puede reprochar nada. La moral esta formada por imperativos, los imperativos son órdenes, hechos que debemos de cumplir si queremos conseguir algo. Lo verdaderamente moral serian unos imperativos que no estuviesen condicionados por nada ni por nadie, sino por el hecho de que somos seres humanos. Kant dice que el verdadero imperativo moral es que cada uno actue con una máxima que se convierta en ley universal para todos, es decir, si yo digo la verdad que todo el mundo diga la verdad. De este modo todos los seres humanos seremos objetivos.


Kant - El Fin y los Medios

Kant pretende ajustarse a unas normas que se consideran correctas independientemente de las consecuencias que se deriven de la acción. Un idílico ser que actuase siempre por el respeto al imperativo categórico constataría desde luego una voluntad santa, pero su santidad no garantizaría en absoluto una mejora del mundo en términos de menor sufrimiento o mayor justicia. Y lejos de asegurar una mejora en este sentido, a menudo, por muy contradictorio que resulte, puede significar un claro empeoramiento. Es de sobra conocida la paradoja que plantea a este respecto el rigorismo kantiano y la interesante polémica que, a propósito, mantuvieron Kant y Benjamin Constant: un hombre da cobijo en su casa a un amigo inocente e injustamente perseguido por una banda de malhechores. La banda llega a casa y le pregunta por su paradero. El hombre, obligado a no mentir por respeto a su más íntimo deber, finalmente revela el lugar donde se esconde su amigo. ¿Obró bien? Según Kant, sí. Según Constant, no. No obstante, el inocente descubierto sufrirá inmerecidamente.

Desde la ética de Kant el resultado de la acción es algo secundario y, si se sigue de algún mal en forma de dolor o injusticia, la respuesta que cabe esperar es que se trata de la responsabilidad de los otros que, por pura maldad o estupidez, no fueron capaces de respetar la ley moral a la que debían ajustarse.

La ética utilitarista viene a ser el negativo de la kantiana, pues tiene en cuenta las consecuencias probables de la acción. De modo que una acción es preferible a otra en la medida en que se pueda prever que producirá mejores consecuencias. El utilitarismo considera más conveniente aquella conducta que sea capaz de aportar más felicidad al mayor número de personas y, en cierto sentido, obvia la cuestión de los principios.

Desde la ética de Kant se busca la integridad personal, la dignidad. En tal empeño el fin nunca justifica los medios. Sin embargo, la ética utilitarista pretende la mejora del mundo y, a menudo, los medios son justificados por el fin. Un kantiano radical optaría por salvar a un inocente, aunque la consecuencia fuese la destrucción del mundo, y un utilitarista radical optaría por salvar al mundo, aunque para ello tuviese que perecer un inocente.

El problema que subyace en este enfrentamiento entre estos dos puntos de vista éticos antagónicos fue tratado muy inteligentemente por el filósofo alemán Max Weber. En su obra El político y el científico habla de la ética de la convicción, cuyo mejor representante es la ética kantiana, y de la ética de la responsabilidad, que es en líneas generales lo que entendemos por utilitarismo. Weber insiste en que son dos tipos ideales que muy raramente se dan en la práctica, pues toda ética asume ciertas convicciones irrenunciables y tiene en cuenta las consecuencias de la acción hasta cierto punto. Según Weber, se trata de un problema de máximos y mínimos, no de blanco o negro. ¿Es preferible una ética de la convicción (con un mínimo de responsabilidad) o una ética de la responsabilidad (con un mínimo de convicciones irrenunciables)? Para Weber ambas éticas tienen su valor, y si en ciertas circunstancias es admirable una ética de la convicción, quizá en otras es preferible asumir una ética de la responsabilidad. Gandhi renuncia a la violencia por principio, sean cuales fueren sus consecuencias. Su postura nos suele parecer admirable. Pero un gobernante pacifista que renunciase unilateralmente a su ejército aun sabiendo que la nación vecina espera el momento oportuno para atacar, nos resulta más bien un insensato. Quizá la virtud fundamental vuelve a ser, como señalaban tantas escuelas éticas de la Antigüedad, la prudencia. Pensar. No actuar como un autómata, sino reflexionar previamente. No obstante, el problema no está ni mucho menos resuelto.

Solemos ser comprensivos con las mentiras piadosas, o con aquel que engaña a un hombre cruel o injusto si hay un beneficio evidente para un número indeterminado de personas (su familia, si es un padre psicópata que tortura a su mujer y a sus hijos; o sus súbditos, si es un tirano, por ejemplo). También nos suele ser simpático Robin Hood, el que roba a los ricos para instaurar una situación más justa después; pero quien actúa así, mintiendo, engañando o robando para conseguir un fin bueno, está manifestando que el fin justifica los medios. Y en esencia actúa de la misma forma que quien admite la guerra si el fin es una mejora del mundo; pero, claro, con los que mantienen esta segunda opinión no solemos ser tan espontáneamente comprensivos. Sin embargo, quien no miente nunca y es sincero por principio, que suele ser reconocido como una persona íntegra y valerosa, no nos suele parecer tan simpático cuando delata a un amigo inocente que se esconde en su casa cuando una banda de mafiosos le pregunta sobre su paradero. No obstante, el principio que le rige es el mismo: el fin no justifica los medios, y mentir está siempre mal. Pero entonces, ¿debemos ser kantianos o utilitaristas?

Una persona sin principios que solo se fije en las consecuencias de su acción, o una persona con muchos principios que nunca tenga en cuenta las consecuencias de su acción, puede desarrollar en algún caso conductas extremas que nos hagan dudar del acierto de su postura ética. Pero esto solo nos puede llevar a seguir pensando en el problema con más ahínco y dedicación para intentar solucionarlo. Y sólo constata que el mundo es complejo y no hay soluciones simples para grandes cuestiones. Si reconocemos el problema ya hemos avanzado algo en la cuestión. Sigamos pensando pues.

viernes, 4 de marzo de 2011

Aristóteles, Eudonismo.

 

 Según Aristóteles el Eudonismo aporta la ética, que es un área de conocimiento. La ética es caracter y costumbre. Aristóteles pregunta ¿Cuál es la finalidad que debe buscar el Ser Humano?, la felicidad que realmente debe buscar el ser humano es la que nosotros estamos dispuestos a encontrar, la ética de Aristóteles es una reflexión en busca de la libertad del ser humano, para ello Aristóteles dijo que tenemos que desarrollar nuestras virtudes, que aumentan nuestra fuerza y nos ayudan a encontrar la felicidad. Las virtudes que las personas tenemos son como una área que hay entre no hacer nada y hacer demasiado, es decir, se encuentran entre el exceso y el defecto. Para ellos tenemos que buscar el modelo a seguir, ese modelo debe ser un modelo bueno porque de lo contrario podemos tener una serie de problemas en nuestra vida.

Epicuro, Hedonismo

En este punto es preciso tener cuidado pues podría parecer que Epicuro está a favor de una vida preocupada por conseguir variados e intensos placeres, especialmente los corporales. Sin embargo, pocos filósofos han defendido esa interpretación y Epicuro no es uno de ellos. Epicuro no recomienda buscar siempre y en todo momento el placer o rehuir el dolor. Su propuesta es más bien utilizar la razón para examinar de forma serena y cuidadosa el beneficio o el daño que se siguen de cada una de nuestras apetencias y acciones. Se trata de ser inteligentes en la búsqueda de placeres y en la evitación de dolores, de algo así como una “aritmética del placer”: hay que hacer un cálculo de los placeres y los dolores que se siguen de la realización de un deseo. Los placeres más valiosos son los puros o no mezclados con dolores, y no se pueden identificar con placeres momentáneos sino con los que comprometen estados duraderos del alma. Como consecuencia de la valoración racional de los placeres y los dolores, el epicureísmo acabó recomendado los “placeres del alma” (como la conversación entre amigos), antes que los “placeres del cuerpo”, y una vida de moderación en las pasiones. 
Normalmente las personas pensamos que la felicidad nos la da el dinero, porque podemos comprar todo aquello que necesitemos o que satisfazca nuestras necesidades, pero realmente la felicidad no se compra con dinero, "el dinero no da la felicidad", el dinero te puede dar muchas cosas, por ejemplo: un coche, una casa, ropa,...... Pero todas estas cosas que el dinero te pueda dar no incluyen la felicidad. Como bien dijo Epicuro: si quieres ser rico, no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia.